jueves, 10 de mayo de 2012

¿Simplemente enseñar a comer? ¿Simplemente crecer?

Con el lema Enseñar a comer, enseñar a crecer, la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD) propone destacar la máxima de que un buen inicio preparará un buen desarrollo y que las abuelas y las madres o abuelos y padres son fundamentales para ese enseñar a crecer, leitmotiv del Día Nacional de la Nutrición 2012.


Comer es una necesidad natural y de igual forma, nos alimentamos con lo que disponemos en nuestro entorno. En épocas duras todo lo que tenemos disponible, por extraño que nos pueda parecer, puede utilizarse como alimento. A buen hambre no hay pan duro nos diría algún mayor recordando los pocos remilgos alimentarios que hizo en su infancia durante la fraticida crisis bélica que le tocó vivir. Más cercano en el tiempo, el terremoto de Haití (2010) nos ha recordado realidades tan inverosímiles como indignantes y así estamos asistiendo a lo que supone para algunos tener que acallar el hambre comiendo galletas de barro.


En contraposición, en una sociedad de la abundancia como la nuestra, no existe tarea tan tediosa y estimulante a la vez como la de introducir y consolidar hábitos alimentarios entre los pequeños para que crezcan con salud. Como he dicho, comer es una necesidad natural pero, al mismo tiempo, es un acto social. En el seno del grupo familiar trasladar el interés por comer saludablemente es un deseo utópico que las madres desean transmitir a sus hijos y los abuelos a sus nietas. La salud (alimentación) puede compartirse verticalmente no sólo ofreciendo consejos sino e incluso de forma más importante, impregnando con actitudes y enseñando las habilidades para que la hagan posible, cotidiana y sostenible.

 La sabiduría de nuestros antepasados, verdaderos artífices de la “dieta mediterránea”, se ha complementado y contaminado (¿por qué no?) de otros modelos alimentarios no siempre tan ventajosos para la salud. Con el mestizaje, las nuevas formas de vivir y la ausencia de tiempo, el resultado ha sido la pérdida del norte nutricional. Si queremos enderezar nuestra ruta deberemos ser capaces de realizar para nuestro futuro un buen maridaje entre modernidad, legado gastronómico y la sapiencia nutricional que hoy conocemos.

No podemos perder la oportunidad que nos ofrecen la cocina, la mesa y las comidas para  hacer de ellas un lugar común de encuentro y contagio de nuestra salud. Estos lugares de coincidencia familiar, de participación, de aprendizaje nos permiten establecer vínculos entre lo que comemos y lo que somos. Y si somos lo que comemos y, además comemos como expresión de los conocimientos que tenemos ¿No seremos lo que aprendemos a comer?

Durante mucho tiempo la forma de comer (y por tanto la de crecer) ha estado bien definida, aunque hoy no supondría tema para un buen debate sobre género y hábitos. Las mujeres atesoraban y transmitían sus conocimientos alimentarios a las futuras madres. Con la incorporación de la mujer a la vida laboral fuera del hogar, la revolución sexual y la búsqueda de la igualdad, los hombres (lamentablemente) no hemos dado la talla. Ellas han tenido que realizar grandes esfuerzos por ganar terreno en su realización vital y con ello, han visto reducidas algunos de sus conocimientos. Los hombres no hemos sabido asumir nuestra corresponsabilidad. 

En un reciente estudio publicado sobre la influencia del entorno familiar en el sobrepeso y obesidad de escolares granadinos se concluye entre otras, en que el padre es el que tiene más posibilidades de favorecer la obesidad infantil si es él el que elabora la comida. En esto habrá por supuesto notables excepciones, y conozco unos cuantos padres tan o mejor preparados que sus compañeras para encargarse del menú infantil y con hijos sin problemas de peso. Aunque también hay algunos que prefieren echar mano de precocinados o preparados cuando tienen que encargarse de la comida familiar. La pregunta a plantearse es, si estos padres se encargaran a diario de hacer la comida a los niños, ¿utilizarían siempre este tipo de alimentos?

La vorágine del día a día nos lleva a comer como vivimos. Vivimos deprisa, comemos deprisa. Somos premura y de esta forma nuestra transmisión de conocimientos gastronómicos no puede ser pedagógica. Mas sencillamente no tiene lugar. Teniendo conocimientos, no trasladamos actitudes y se nos olvida que para poner en la mesa de nuestros hijos una saludable forma de alimentarse hemos de compartir y enseñarles las habilidades adecuadas. Damos máximas que en general no cumplimos y poco ejemplo.

Los padres y madres no transmiten a niñas y niños conocimientos que los enraícen a nuestro entorno, a nuestra tierra. No se transfieren actitudes que les estimulen a poner en práctica los secretos de una alimentación que tradicional en su origen, pueda resultar consonante con la salud. Acabamos en más ocasiones de las deseadas, en el recurso fácil de la comida preparada, sin plantearnos las bondades que suponen hacer crecer en salud a nuestros hijos. Enseñarles a comer ¡Es un valor presente y una inversión de futuro!
En fin, en tiempos de recortes, nuestras ya cortas prácticas de enseñar a los pequeños a comer bien deben ser objeto de una revolución. En todo momento, y más en tiempos de crisis, debemos enseñarles a comer para crecer. Y a mi parecer, crecer saludablemente significa ser físicamente sano, ser tolerante, ser feliz, ser sociable y ser crítico. Tarea dura y eficiente donde las haya. Sólo queda brindar por ello ¡A vuestra salud!



Esta entrada participa en la 1ª Edición del Carnaval de Nutrición


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